دانلود کتاب La enfermedad mortal
by Soren Kierkegaard
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عنوان فارسی: بیماری مرگبار |
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de la infancia es, en primer término, no conocer
lo horrible y, en segundo término, temblar de
aquello que no es de temer, lo mismo le sucede
al hombre natural; ignora dónde se halla realmente
el horror, lo que no le exime de temblar,
pero tiembla de lo que no es lo horrible. De
igual modo, el pagano en su relación con la
divinidad; no sólo desconoce al verdadero
Dios, sino también adora como dios a un ídolo.
Observad a una muchacha
desesperada de amor, es decir de la
pérdida de su amigo, muerto o esfumado. Esta
pérdida no es desesperación declarada, sino
que ella desespera de sí misma. Ese yo, del cual
se habría librado, que ella habría perdido del
modo más delicioso si se hubiese convertido en
bien del otro, ahora hace su pesadumbre, puesto
que debe ser su yo sin el otro. Ese yo que
habría sido su tesoro -y por lo demás también,
en otro sentido, habría estado desesperadoahora
le resulta un vacío abominable, cuando el
otro está muerto, o como una repugnancia,
puesto que le recuerda el abandono. Tratad,
pues, de decirle: Hija mía, te destruyes, y escucharéis
su respuesta: ¡Ay, no! Precisamente mi
dolor está en que no puedo conseguirlo.
Enfermedad del espíritu, del yo, la desesperación
puede adquirir de este modo tres figuras:
el desesperado inconsciente de tener un
yo (lo que no es verdadera desesperación); el
desesperado que no quiere ser él mismo, y
aquel que quiere serlo.
El hombre es espíritu. ¿Pero qué es el
espíritu? Es el yo. Pero entonces, ¿qué es el yo?
El yo es una relación que se refiere a sí misma
o, dicho de otro modo, es en la relación, la
orientación interna de esa relación; el yo no es
la relación, sino el retorno a sí misma de la relación.
El hombre es una síntesis de infinito y finito,
de temporal y eterno, de libertad y necesidad,
en resumen, una síntesis. Una síntesis es la
relación de dos términos. Desde este punto de
vista el yo todavía no existe.
En la relación de dos términos, la relación
entra como tercero, como unidad negativa, y
los términos se relacionan a la relación, existiendo
cada uno de ellos en su relación con la
relación; así, por lo que se refiere al alma, la
relación del alma con el cuerpo no es más que
una simple relación. Si, por el contrario, la relación
se refiere a sí misma, esta última relación
es un tercer término positivo y nosotros tenemos
el yo.
Una relación semejante, que se refiere a sí
misma, un yo, no puede haber sido planteada
más que por sí misma o por otra.
Si la relación que se refiere a sí misma ha
sido planteada por otra, esa relación ciertamente
es un tercer término, pero un tercer término
es todavía al mismo tiempo una relación, es
decir que se refiere a lo que ha planteado toda
la relación.
Una relación semejante, así derivada o
punteada, es el yo del hombre: es una relación
que se refiere a sí misma, y haciéndolo, a otra.
De aquí surge que haya dos formas de verdadera
desesperación. Si nuestro yo se hubiese
planteado el mismo, no existiría más que una:
no querer ser uno mismo, querer desembarazarse
de su yo, y no se trataría de esta otra: la
voluntad desesperada de ser uno mismo. Lo
que en efecto traduce esta fórmula es la dependencia
del conjunto de la relación, que es el yo,
es decir, la incapacidad del yo de alcanzar por
sus solas fuerzas el equilibrio y el reposo; no
puede hacerlo en su relación consigo mismo
más que refiriéndose a lo que ha planteado el
conjunto de la relación. Más aun: esta segunda
forma de la desesperación (la voluntad de ser
uno mismo) designa tan poco un modo especial
de desesperar que, por el contrario, toda desesperación
se resuelve finalmente en ella y a
ella se reduce. Si el hombre que desespera es,
como él lo cree, consciente de su desesperación,
si no habla de ella absurdamente como de un
hecho exterior (un poco como alguien que sufre
vértigos y, engañado por sus nervios, habla de
ellos como de una pesadez de cabeza, como de
un cuerpo que hubiera caído sobre él, etc. ...
mientras que la pesadez o presión no es nada
externo, sino una sensación interna, invertida),
si ese desesperado quiere con todas sus fuerzas,
por sí mismo, y sólo por sí mismo, suprimir la
desesperación, dice que no sale de ella y que
todo su esfuerzo ilusorio le hunde aún más,
solamente, en ella. La discordancia de la desesperación
no es una simple discordancia, sino la
de una relación que, refiriéndose íntegramente
a sí misma, es planteada por otra; así, la discordancia
de esta relación, existiendo en sí, se refleja
además al infinito en su conexión con su
autor.
He aquí, pues, la fórmula que describe el
estado del yo, cuando la desesperación es enteramente
extirpada de él; orientándose hacia sí
mismo, queriendo ser él mismo, el yo se sumerge,
a través de su propia transparencia, en
el poder que le ha planteado.