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Mentir es una falta moral. Qué duda cabe. Tal vez no exista ninguna convicción moral más compartida. La mentira ha sido cubierta siempre de oprobio e indignación: monstruosa, vil, horrenda, roñosa, maligna, cuatrera. Así se explica que haya encontrado tan pocos apologistas y defensores directos -y aquí tampoco se encontrará una defensa de la mendacidad. Sólo unos cuantos espíritus, o más independientes, o más cínicos, se han atrevido a sugerirla como línea de conducta. Y sin embargo, no es fácil para los seres humanos permanecer en la sinceridad, decir y escuchar la verdad. No sabemos si tienen una inclinación instintiva a mentir, pero el hecho es que esos seres propensos a la evasión, no siempre buscan ni quieren la verdad, y a veces tampoco tienen el poder o el valor para quererla. Saben que la mentira es dañina y la desprecian, pero al mismo tiempo, como lo sugirió T.S. Eliot, tienen una limitada capacidad de exposición a la realidad. Por esa tendencia a la deslealtad y por el temor a la amenaza que representa han debido establecer constantemente un cerco de imperativos, mandatos, disciplinas, reprobaciones, sanciones y castigos, destinado a conjurar a la mendacidad y a sus cómplices delictivos. Ésta serie de exhortaciones y penalizaciones la hemos llamado La prohibición de mentir, y es el sujeto de nuestra investigación. Bajo ese título nos proponemos entonces responder a las preguntas: ¿con qué argumentos y sanciones se han obligado los seres humanos a ser veraces?, ¿qué hacen para contener y alejar de sí un acto que reprueban y que sin embargo no logran• evadir? Mentir es una falta moral. Qué duda cabe. Tal vez no exista ninguna convicción moral más compartida. La mentira ha sido cubierta siempre de oprobio e indignación: monstruosa, vil, horrenda, roñosa, maligna, cuatrera. Así se explica que haya encontrado tan pocos apologistas y defensores directos -y aquí tampoco se encontrará una defensa de la mendacidad. Sólo unos cuantos espíritus, o más independientes, o más cínicos, se han atrevido a sugerirla como línea de conducta. Y sin embargo, no es fácil para los seres humanos permanecer en la sinceridad, decir y escuchar la verdad. No sabemos si tienen una inclinación instintiva a mentir, pero el hecho es que esos seres propensos a la evasión, no siempre buscan ni quieren la verdad, y a veces tampoco tienen el poder o el valor para quererla. Saben que la mentira es dañina y la desprecian, pero al mismo tiempo, como lo sugirió T.S. Eliot, tienen una limitada capacidad de exposición a la realidad. Por esa tendencia a la deslealtad y por el temor a la amenaza que representa han debido establecer constantemente un cerco de imperativos, mandatos, disciplinas, reprobaciones, sanciones y castigos, destinado a conjurar a la mendacidad y a sus cómplices delictivos. Ésta serie de exhortaciones y penalizaciones la hemos llamado La prohibición de mentir, y es el sujeto de nuestra investigación. Bajo ese título nos proponemos entonces responder a las preguntas: ¿ con qué argumentos y sanciones se han obligado los seres humanos a ser veraces?, ¿qué hacen para contener y alejar de sí un acto que reprueban y que sin embargo no logran•evadir?