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«Si la guerra tuviera que durar un año, no tendríamos que comprar ni un botón de polainas.» Con estas palabras el mariscal Leboeuf, ministro de la Guerra, anunció el 15 de julio de 1870 que Francia estaba dispuesta a entrar en guerra contra Prusia. Al mismo tiempo, en la plaza de la Concordia, una turba excitada grita slogans patrióticos, mientras repite: «¡A Berlín! ¡A Berlín!» Sólo cuarenta y ocho días después llegaba el desastre de Sedán y la capitulación del ejército de Napoleón III. El hito final del Imperio francés: se proclama la República al sublevarse, unos meses después de Sedán, París contra el gobierno., ¿Cómo explicar el desastre de Sedán? ¿Pudo Napoleón III —al principio hostil al conflicto— evitar la capitulación? ¿Quiénes son los verdaderos responsables de la derrota del ejército francés? Las batallas que se desarrollaron en un solo día no pueden explicar una catástrofe de tal magnitud. Las causas del hundimiento francés no se pueden reducir a lo contradictorio de las órdenes dadas y a los evidentes errores cometidos por un mando inepto. * * * El día 27 de octubre de 1553, en la colina de Champel, que embellecía la Ginebra calvinista, se consumía fatalmente en la hoguera, junto con sus libros, un hombre que «no estaba ni con unos ni con otros, ni totalmente en contra de todos». Español de origen, francés de adopción, médico genial, ilustre aunque extravagante teólogo, místico apasionado, Miguel Servet muere-mártir de la causa de la libertad humana. «No se puede matar a un hombre por defender sus opiniones» fue su tesis más repetida. En efecto, como más tarde expuso Sebastián de Castellión en su libro contra Calvino, «matar a un hombre no es defender una doctrina; es matar a un hombre». * * * «¡La Brigada a la carga!» El 25 de octubre de 1854, en el valle de Balaklava, Crimea, los caballeros de la gloriosa brigada ligera se lanzan al asalto de las posiciones rusas. En veinte minutos se ha terminado la batalla, de la que menos de un tercio de los caballeros ingleses saldrá indemne. La carga se ha convertido en catástrofe y sacrificio inútil. ¿Por qué este drama? ¿Cómo había que interpretar las órdenes de lord Raglan? «No cabe elección; hay que obedecer», dirá antes de la carga lord Lucan a su excuñado lord Cardigan, que le hacía notar la importancia de las baterías rusas. ¿Qué papel jugaron en esta tragedia la animosidad y falta de entendimiento entre ambos lores? ¿Hay que inculpar únicamente al mando inglés con sus defectos? «Es algo magnífico; pero eso no es la guerra», este comentario de un observador francés resume a la perfección la carga efectuada por la brigada ligera.