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El viraje del franquismo al abrazar el modelo económico del capitalismo norteamericano durante la década de los sesenta del pasado siglo (lo que el propio régimen bautizó como “desarrollismo”), provocó a partir de febrero de 1965 la emergencia de un pronunciamiento sosteniddo en los campus universitarios españoles, cuyas pulsiones rebeldes eran similares a las que estremecían el globo por aquellas fechas. Los recintos de Berkeley, Tokio o París, más allá de las reivindicaciones sobre el funcionamiento de la institución universitaria, mostraban el frontal rechazo al proyecto de modernización de aquel capitalismo, protagonizado por la primera generación surgida bajo su manto. El campus de Madrid no fue una excepción a la regla y, en el seno de unas protestas que culminaron con el Estado de Excepción de 1969, destacaría un grupo activista conocido como los “ácratas”, cuya decidida intervención haría girar con más virulencia el torbellino de la revuelta. Que la chispa universitaria no prendiera en el estado español junto a la del movimiento obrero, como llegó a ocurrir en las vecinas Francia e Italia, e hiciera tambalearse así toda la dominación capitalista, tuvo más que ver con la inconsistencia de un “nuevo movimiento obrero”apenas nacido de una reciente industrialización, todavía tutelado por el reformismo católico estalinista, y que daría su propia batalla asamblearia durante la siguiente década cuando logró en parte desprenderse de aquella tutela. Porque si no hubo incendio generalizado no fue, en todo caso, por la falta de tesón y profundidad de la apuesta del grupo “ácrata”, perfectamente al tanto de las consecuencias que les iba a acarrear su resolución. Como dijera uno de sus miembros: “Sabíamos que éramos los más radicales. Y no sólo lo sabíamos, sino que sabíamos que nos iba a costar caro. De hecho a algunos les costó la vida, a otros, la razón, y a bastantes, la marginación profesional”.
Miguel Amorós, nos hace llegar la noticia y el análisis de aquellos hechos, a través del relato de los propios protagonistas y de los documentos del grupo, trazando por primera vez con rigor y criterio los contornos grupales y las gestas de aquellos estudiantes “ácratas”, sin olvidar los contenidos y alcance del magisterio de una figura singular como la de Agustín García Calvo durante aquel particular periodo, para aportar un retrato vehemente de un sublime 1968, año de la culminación de una revuelta universitaria que desbordó tanto el cambio tecnocrático de la dictadura franquista como K los planes pactistas de la oposición. El resultado es un volumen vibrante que coloca definitivamente en su lugar la contribución “ácrata”en aquellos tumultuosos tiempos en los que todo era posible.