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by Gustavo Bueno Martínez
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«Como punto de partida para el 'levantamiento del plano' de la idea de materia ensayaremos el contexto tecnológico, que desempeñará, respecto de la idea de materia el papel similar al que desempeñan los números enteros respecto de la idea general de número. El contexto tecnológico tiene, además, el privilegio de hacerse presente tanto en las realidades mundanas precientíficas que están siendo sometidas a un tratamiento operatorio (racional) como en las realidades delimitadas por las ciencias. Tan racional puede ser el sistema de útiles o herramientas preparadas por un agricultor neolítico como el sistema de entrada y salida de señales de una computadora.
La idea de materia se nos da en su primera determinación tecnológica es la idea de materia determinada (arcilla, cobre o estaño, madera... arrabio). Una materia determinada precisamente por el círculo o sistema de operaciones que pueden transformarla y, en principio, retransformarla mediante las correspondientes inversas o cíclicas. El concepto de materia comenzaría, según esto, ante todo, como concepto de aquello que es capaz de transformarse o retransformarse; por ello, es inmediato que en este contexto tecnológico, la idea de materia se nos muestra como rigurosamente correlativa al concepto de forma, a la manera como el concepto de reverso es correlativo al concepto de anverso. Algo es materia precisamente porque es materia respecto de algunas formas determinadas (el mármol es materia de la columna o de la estatua). Las transformaciones tecnológicas dadas en un mínimum nivel de complejidad comienzan a ser experimentadas por los hombres en época muy temprana, sobre todo una vez dominado el fuego. La materia determinada se nos ofrece de este modo como un concepto distributivo que comprende 'círculos operatorios' tales que pueden ser disyuntos entre sí. Materia determinada, según su concepto, será aquello que puede conformarse según formas a,b,c... o bien según formas m,n,r... Este concepto no implica, pues, que la materia envuelva la idea de unidad de sustrato de todas las materias determinadas, a la manera como tampoco una relación de equivalencia E universal en un campo de términos Q nos conduce a una clase homogénea, puesto que ella puede llevarnos a establecer el conjunto de clases disyuntas, el cociente Q/E. Lo que importa subrayar es que en estas diversas alternativas la idea de materia determinada se mantiene: materia es aquello que es transformable dentro de un círculo de formas definido.
Por último: aun cuando la materia determinada sea siempre correlativa a la forma, esto no significa que la idea de materia, en esta su primera acepción, tenga ya la capacidad suficiente para envolver a la idea de forma. Precisamente se opone a ella: la forma no es materia, y esta circunstancia puede servir de base a ciertas posiciones no materialistas (formalistas y espiritualistas) que creen poder tratar a la materia como una idea no equivalente, desde luego, al 'ser', a 'lo que hay'. Tal es lo que, desde una perspectiva materialista, podría llamarse la 'paradoja particularista' del concepto tecnológico de materia. La ampliación de la idea de materia a las propias formas correlativas, habrá que concebirla como resultado de un proceso dialéctico.
La materia determinada no incluye, según hemos indicado, la unidad de continuidad entre todas sus especificaciones, puesto que su concepto es compatible con un universo constituido por materias determinadas irreductibles, por círculos disyuntos de materialidad. Pero esto no significa que estos diferentes círculos de materialidad (la materia corruptible de los y la incorruptible o etérea de los antiguos) no puedan compartir notas o características esenciales comunes (genéricas).
Dos atributos esenciales, genéricos, caracterizan como connotaciones conjugadas a la idea de materia determinada –por tanto a los círculos de materialidades determinadas–; dos atributos que, siendo correlativos (como correlativo es lo pasivo respecto a lo activo, o incluso lo negativo respecto a los positivo) se complementan y se moderan, por decirlo así, mutuamente, a saber, la multiplicidad y la codeterminación. Por la multiplicidad la materia (en cada círculo de materialidad y por supuesto en el conjunto de los círculos) se nos da, en una perspectiva eminentemente pasiva y aun negativa, como una entidad dispersiva, extensa, partes extra partes; por la codeterminación, las partes de esas multiplicidades se delimitan las unas frente a las otras, eminentemente de un modo activo o, al menos, positivo. En su expresión más sencilla o débil, la multiplicidad de la materia determinada se nos manifiesta como mera extensión; en su expresión más fuerte, la codeterminación se manifiesta como determinación causal de unas partes respecto de las otras partes de su círculo. Pero, evidentemente, las modalidades de los atributos de multiplicidad o codeterminación no se reducen a los citados y son mucho más variadas.
La multiplicidad (multiplicidades) de términos constitutiva de la materia mundana o extensa (partes extra partes) no es una multiplicidad pura, indeterminada; es una multiplicidad según contenidos morfológicamente dados a una cierta escala, en 'unidades' que tienen que ver con los cuerpos humanos (nebulosas, planetas, organismos animales, células, moléculas, átomos, electrones...). Las multiplicidades materiales mundanas, en tanto comienzan dándose como multiplicidades determinadas, se manifiestan enclasadas.
El hecho de la variedad de diferentes especies de materialidades determinadas suscita necesariamente la cuestión de la posibilidad de su clasificación en géneros generalísimos. Desde luego, podríamos ensayar un método de clasificación ascendente, inductivo. Pero ¿sería posible ensayar un método descendente, a partir de algún criterio o 'hilo conductor' que nos permitiera proceder de un modo 'deductivo' y que algunos denominaría a priori? Es evidente que, si este hilo conductor o criterio deductivo existe, deberá estar vinculado al contexto mismo originario de la idea de materia determinada, el contexto tecnológico transformacional. Ahora bien, desde un punto de vista sintáctico, todo sistema tecnológico comporta tres momentos o, si se quiere, sus constituyentes pueden ser estratificados en tres niveles diferentes: el nivel de los términos, el de las operaciones y el de las relaciones. Las transformaciones en cuyo ámbito suponemos tienen siempre lugar entre términos, que se componen o dividen por operaciones, mejor o peor definidas, para dar lugar a otros términos que mantienen determinadas relaciones con los primeros. En las transformaciones de un sílex en hacha musteriense, los términos son las lajas, ramas o huesos largos; operaciones son el debastado y el ligado y relaciones las proporciones entre las piezas obtenidas o su disposición. En las transformaciones proyectivas de una recta, son términos los segmentos determinados por puntos A,B,C y D, dados en esa recta; operaciones son los trazos de recta que partiendo de un punto 0 de proyección pasan por A,B,C,D determinando puntos A',B',C',D', en otra recta; son relaciones las razones dobles invariantes (CA/CB) / (DA/DB) = (C'A'/C'B') / (D'A'/D'B').
Ahora bien: si la idea de materia determinada se va configurando en el proceso mismo de las transformaciones y éstas comportan imprescindiblemente tres órdenes o géneros de componentes (términos, operaciones, relaciones) sería injustificado reducir el contenido de la idea de materia tan sólo a alguno de esos órdenes, por ejemplo, y por citar el de mayor probabilidad, el de los términos, cuya inicial naturaleza sólida se nos dibuja en las proximidades de la noción primitiva 'cosista' de sustancia material determinada (como pueda serlo la massa, en su sentido originario de 'pan cebada'). ¿Por qué los segmentos o términos CA,CB de nuestro ejemplo proyectivo habrían de ser, desde luego, materiales y no las relaciones CA/CB interpuestas entre ellos? ¿Acaso estas relaciones son inmateriales o espirituales? Pero otro tanto podrá afirmarse de las operaciones consistentes en trazar rectas, intersectarlas con terceras, &c. En suma, parece obligado concluir que la materia determinada, en el contexto de las transformaciones operatorias, se nos ofrece como una realidad sintácticamente compleja, en la cual se entretejen momentos de, por lo menos, tres órdenes o géneros muy distintos, pero tales que todos ellos son materiales. Y sin que el concepto de materia dado en esas transformaciones pueda quedar confinado en alguno de esos órdenes o, nenos aún, pueda desprenderse como una 'síntesis superior' de todos ellos. Habrá que decir, por tanto, que la materia determinada, con sus atributos conjugados de multiplicidad y codeterminación, se nos resuelve inmediatamente en alguno de los tres géneros. La materia determinada se nos dará, bien como materia determinada del primer género (por ejemplo, como una multiplicidad de corpúsculos determinados), o bien como una materia del segundo género (una multiplicidad de operaciones interconectadas), o bien como una materia del tercer género (por ejemplo, una multiplicidad de razones dobles constituyentes de un sistema). Géneros entretejidos (la symploké platónica), que no cabe sustancializar como si de esferas diversas de materialidad («Mundos», «Reinos»), capaces de subsistir independientemente las unas de las otras, se tratase; pero que tampoco cabe confundir o identificar y esto siempre que sea posible segregar 'figuras', dadas en cada uno de los géneros, tales que puedan componerse con figuras del mismo género según líneas esencialmente independientes de los otros, aunque existencialmente no sean separables.
Ahora bien: los tres géneros de materialidad determinada, así obtenidos, han de poderse poner de hecho en correspondencia biunívoca con tres acepciones diferentes del término materia de reconocida significación en la historia de la filosofía. Y si es conveniente subrayar este punto, e incluso en ocasiones presentar este subrayado 'como un descubrimiento', es debido a la circunstancia, también innegable, de que en la común tradición filosófica hay escuelas que interpretan estos constituyentes de la materia determinada de otros modos. Por ejemplo, considerando como materia, en sentido recto y estricto, a la materia del primer género, pero poniendo en correspondencia los constituyentes del segundo género con entidades de índole material, espiritual o psicológico-subjetiva (las operaciones); o bien, considerando a los constituyentes del tercer género como entidades inmateriales, pero ideales y objetivas, equivalentes a las formas, esencias o estructuras del platonismo convencional. Tres niveles u órdenes de la realidad material que, hispostasiadas, llegarán a ser concebidas por algunas escuelas como diferentes géneros de sustancias, o como 'Reinos' o 'Mundos' diversos (como si el 'Mundo' no estuviese dotado de unicidad, o como si hablar de 'mundos', o de 'acosmismo', no fuese algo tan absurdo en Ontología materialista como era hablar de 'Dioses' o de 'ateísmo' en Teología natural). Estamos así ante la Metaphysica specialis de las tres sustancias de Ch. Wolff; o ante la ontología de los tres reinos o mundos de G. Simmel o de K. Popper.
Pero tampoco nos parece legítimo olvidar o subestimar el hecho de que también los constituyentes de la materia determinada, de los que venimos hablando, han sido otras veces interpretados precisamente como acepciones de la idea de materia.
Que los constituyentes del primer género de la materia determinada –las multiplicidades de términos operables y, en particular, los cuerpos sólidos– puedan ponerse en correspondencia con la idea de materia en su acepción de materia física, es algo obvio, puesto que éste es el significado más inmediato del término materia. No sólo en la tradición filosófico-realista, sino también en la tradición del 'idealismo material' inaugurado por Berkeley, una tradición que repercute en Fichte o también en Croce o en Gentile. Pero también los constituyentes del segundo género de materialidad (sin perjuicio de que ellos han servido constantemente de referencia para la construcción del concepto de ser espiritual, en la línea del Fedon platónico) han sido conceptuados reiteradas veces como materiales. Citaremos, ante todo, a los filósofos epicúreos. Los escolásticos, en general, atribuyeron al entendimiento pasivo muchas veces la función de materia, en tanto receptáculo de formas (Santo Tomás). La concepción del alma como una multiplicidad de sensaciones o de imágenes que interactúan entre sí, según leyes definidas, equivale de hecho a un tratamiento del alma como materia psíquica, según el método instaurado por los clásicos del empirismo inglés (John Locke).
Por último, por lo que se refiere a los constituyentes del tercer género: también sobre estos constituyentes ha vuelto una y otra vez el idealismo objetivo de todos los tiempos, intentando apoyarse en ellos para ofrecer el prototipo de una realidad no material y, en algún sentido, trascendental (N. Hartmann). Sin embargo, lo cierto es que estos constituyentes ideales han sido conceptuados también como un característico género de materialidad, desde la materia inteligible aristotélica, hasta, sobre todo, el concepto de materia noética o noemática de Plotino. También en nuestro siglo, los contenidos hiléticos o noemáticos del fenómeno, en E. Husserl.
Haremos notar, además, cómo cada uno de tales géneros de constituyentes ha podido servir de punto de partida para edificar posiciones reduccionistas (en rigor formalistas) muy heterogéneas entre sí, pero tales que han podido pasar por materialistas.
La interpretación de los contenidos del primer género de materialidad, como sentido fuerte de la idea de materia, constituye, en las condiciones dichas, el sentido acaso más obvio del materialismo. Como prototipo suyo puede citarse el De corpore, 16655, de Thomas Hobbes. El proyecto de reducir todas las realidades a la condición de determinaciones de un principio subjetivo que puede cobrar en ocasiones el aspecto de un materialismo segundogenérico, puede ejemplificarse con la obra de A. Schopenhauer, Die Welt als Wille und Vorstellung, 1819, I, §2, 21). En nuestro siglo se ha abierto camino entre los físicos una tendencia (llamada a veces platónica) a reducir el concepto de materia al horizonte de la materialidad terciogenérica, considerando a la materia del primer género como un conjunto de fenómenos (observables) en los que se manifestarían determinadas estructuras matemáticas inmateriales (en el sentido primogenérico) del tipo de los grupos de simetría: A.N. Whitehead, Process and Reality), B. Russell, The Analysis of Matter), H. Weyl, Raun, Zeit, Materie, W. Heisenberg, Andlungen in der Grundlagen der Natur Wissenschaften.
Hemos esbozado los diferentes principales 'valores' o acepciones filosóficas, en sentido estricto, que ha podido tomar la idea determinada; pero en modo alguno cabría pensar que la idea filosófica de materia queda agotada en la exposición de tales valores. En efecto, la materia determinada es materia informada, pero se configura conceptualmente como materia precisamente en el momento en que puede perder sus formas y adquirir otras nuevas. Por este motivo, el concepto de materia se nos ha dado como opuesto a forma, de suerte que ('paradoja ontológica') la forma, a su vez, comienza dándosenos como algo que, de algún modo, no es material.
Este modo de dibujarse el concepto de materia, que nos conduce a la paradoja ontológica, podría considerarse como la raíz de los problemas filosóficos ulteriores. Ante todo, el problema relativo al tipo de conexión que habrá que poner entre las dos entidades de materia y forma. Asimismo, el problema de su identidad en la sustancia material, la discusión de la posibilidad de ampliación a la forma del mimos concepto de materia.
Pero es la oposición o disociación conceptual entre materia y forma (o movimiento y materia, o fuerza y materia, o energía y materia) aquello que instaura la posibilidad de dos desarrollos dialécticos del concepto de materia determinada, dos desarrollos que se mueven en sentido contrario, el primero de ellos en la dirección de un regressus que culmina, como en su límite, en las formas puras o separadas; y el segundo, en la dirección de un regressus, cuyo límite es la idea de la materia pura, materia indeterminada o materia ontológico-trascendental (por oposición a la materia ontológico-especial).»
Materia, texto íntegro de este libro en el proyecto Filosofía en español