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A lo largo del período temprano de la Edad Moderna, los pobladores de España, la Italia ibérica y las ciudades de Latinoamérica colonial lo supieron todo acerca del recogimiento. Las personas usualmente empleaban el sustantivo recogimiento, el adjetivo recogido o recogida y el verbo recogerse en entornos privados y públicos, así como al diferenciar los ámbitos de lo sagrado y lo mundano. Este fecundo concepto formaba parte del habla común: brotaba de las plumas de las autoridades eclesiásticas y seglares, y era pronunciado por amantes, madres, esposos e hijas. El término era ubicuo y sus connotaciones diversas, pero hasta ahora nadie ha intentado estudiar sus complejidades culturales y lingüísticas a lo largo del tiempo. Hay buenas razones para explicar este descuido. El recogimiento aparece en una multitud de fuentes conventuales y de hospitales, manuales de conducta y tratados teológicos, correspondencia de virreyes y arzobispos, casos de divorcio, disputas de esclavos y expedientes de beatificación, lo cual dificulta alcanzar una comprensión clara de su significado preciso y de sus diversas aplicaciones. Después de años de seguir su desarrollo histórico en una variedad de datos tan intimidante, establecí que sus significados se inscriben en tres rubros distintos: el recogimiento es un concepto teológico, una virtud y una práctica institucional. Cada uno de estos significados tiene una historia diferente.