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El presente volumen reclama la vigencia de Durkheim y de su tradición en el centenario de su fallecimiento. Su actualidad para la Criminología en todas sus manifestaciones está fuera de duda, en particular su pensamiento tardío; y pueden despertar emociones de respeto como las que necesita una disciplina con vocación pragmática si quiere ser socialmente relevante.Aunque la obra del pensador francés no está de moda en la Criminología contemporánea, la parte más importante de la misma se ubica en el paradigma sociológico.David Garland escribe en el prólogo que «El mundo neoliberalizado… se parece cada vez más… al mundo anómico y amoral que Durkheim anatomizó hace cien años» y que «si queremos apreciar las dinámicas sociales y morales que dan forma al crimen y castigo de hoy día y desarrollar formas constructivas de tratar con ellos, entonces la obra de Émile Durkheim sigue siendo tan importante como siempre».La influencia de Durkheim es amplia y abarca aspectos conocidos y otros poco explorados como la inseguridad contemporánea, como refleja Callejo Gallego. En el capítulo de Tonkonoff se explica la visión original durkheimiana sobre el delito como algo funcional, se repasa el debate con Tarde y se cuestiona la delincuencia como una patología social. González Sánchez explora el neoliberalismo como religión, para lo cual explica el retorno del individuo utilitarista y su sacralización y presta especial atención a los efectos sobre la administración de castigos. Orgaz Alonso y Amezaga Etxebarría nos recuerdan la naturaleza construida de los datos, en particular de los oficiales, y lo hacen además con el tema de fondo del suicidio. Teijón Alcalá observa dos sentidos de anomia e insiste en que las fuerzas sociales externas no sólo imponen límites a los individuos sino que también les empujan, relacionando la obra madura de Durkheim con la frustración. Serrano Maíllo se centra igualmente en la explicación del delito y ofrece una reflexión sobre el uso de las creencias en la operacionalización de la moralidad en la teoría de la acción situacional, que ve en aquella una fuerza que impide el delito, un problema ya destacado por Durkheim en El suicidio. El capítulo de Fernández Villazala junto al anterior compara las tasas de criminalidad en el ámbito urbano y rural.Confiamos en que este esfuerzo colectivo contribuya a reivindicar la tradición durkheimiana en Criminología. La misma es irrenunciable si se aspira a una disciplina sofisticada, útil y, sobre todo, que se tome en serio su alta misión.